martes, 4 de agosto de 2015

Meditación

Es tan agradable esta sensación. Aletargada en el espacio continuo tiempo, ajena al exterior. Observo como todo se detiene. Es tan singular y tan mágica a la vez esta falta de percepción de lo que te rodea, que tal vez por ello sea tan difícil de conseguir.

A pesar de mi aislamiento, recibo con agradable quietud esa imperceptible brisa que me acaricia el rostro. Mis párpados permanecen cerrados y el resto de mis sentidos se han confabulado entre ellos para unirse en un perfecto equilibrio y dejar que el mundo continúe sin mí.

Durante una fracción de segundo, acude a mi mente el recuerdo algo borroso de un curso que hace años practiqué. Era un curso de meditación, a través del cual aprendes a fortalecer la mente, la separa de su cuerpo, se aísla, se concentra en el interior humano, deja la mente en blanco. ¿Es ello posible? Si alguien nos dice que no pensemos en un elefante rosa, todo él inundará nuestra mente. Si alguien nos induce a no pensar en un limón y además añade la palabra “agrio”, no sólo nuestra mente dibujará el contorno y forma del cítrico mencionado, sino que en el interior de nuestra boca la saliva comenzará a multiplicarse a fin de contrarrestar el sabor ácido.

Realmente, nuestra mente tiene un poder mayor del que le asignamos. Estamos tan ocupados en nuestro día a día, que no nos detenemos a calibrar esta importante faceta de nuestra vida. ¿Cuánto poder tenemos en realidad? ¿Hasta dónde podemos llegar?

Por ello, hoy, llevo a mi cabo mi ejercicio de auto conocimiento a un nuevo nivel. En primer lugar, experimento una relajación. Soy consciente de mi cuerpo. Me detengo en el aquí, en el ahora, y compruebo que toda yo estoy aquí. La temperatura interior es agradable, si bien hace algo de calor en el exterior, el habitáculo donde me encuentro está fresco y huele de forma agradable.

Recuerdo que mis pies están ahí. Muevo despacio los dedos y después soy consciente del lugar donde se encuentran mis tobillos. De esta forma, voy visualizando en mi mente, tomando conciencia de mis piernas, brazos, tronco, mi cabeza, mi boca, nariz, ojos… y llego a ese espacio que contiene la sabiduría de un ser. Mi mente. Una posición cómoda, no pensar en nada. Aislar el pensamiento que llegue… no pensar, no pensar…

El zumbido de una mosca revoloteando a mi alrededor hasta que termina posándose en mi mejilla, me molesta. Es inquietante saber qué tienes ese molesto insecto sobre ti. ¿Cómo conseguir un óptimo nivel de concentración? Durante un instante, rompo mi quietud y con la mano la asusto. Pero volverá. Lo sé. Las moscas fueron creadas por algún ser que odiaba la meditación. Regresará y me molestará con sus patitas diminutas y sus alitas pequeñas. No dejará de molestarme, hasta que consiga expulsarla o aplastarla. ¡Oh, no! ¡No puedo pensar en un aplastamiento, ni en una mutilación! ¡Se trata de conseguir el nivel superior de meditación!



La respuesta debe ser más sencilla. Cuando consiga meditar, no notaré la presencia de este insecto. No hay más que pensar en la India, donde la meditación es una especie de rutina diaria para muchos, y sin embargo, moscas haberlas, las hay.

Es tan diminuta y tan molesta a la vez. Entonces respiro y noto que el fresco ambiente ha sido inundado por otra fragancia, también fresca, pero más intensa. Antinatural. Huele a limón. Y no estoy imaginando el mencionado cítrico, aunque me trago la saliva de más. Huele a insecticida de  limón. Uf. No debería de alegrarme de una muerte, pero es hermoso pensar ahora en que ella se marchará volando a otra parte o morirá en esta habitación. De cualquier forma, sus molestas patitas y alitas, dejarán de importunar mi profunda reflexión sobre la vida.

Continuaré con mi meditación profunda. Se trata de no pensar. Y no lo haré. No debo hacerlo, aunque estoy algo incómoda con este vientre abultado. Quizás haya puesto algunos kilos. Oh, pero no puedo pensar en ello ahora. Mi mente se va a distraer pensando que tal vez engordé, quizás comí en exceso o practiqué poco deporte… No sé, no quiero pensar. Ya pensaré luego en ello, ahora no me preocupa que mis mejores vaqueros me opriman y deba salir de compras antes del fin de semana, antes de la fiesta donde ése chico tan guapo estará intentando que todas nos fijemos en él.  

¡Pero no quiero pensar! He de conseguir relajarme, meditar… subir a un plano superior. Alinear mis chacras. Llegar al conocimiento y aceptación de mi ser…

¡No! ¡No! Un nuevo sonido entra en mi campo auditivo. Un zumbido. El teléfono, es el teléfono que olvidé dejar en silencio antes de empezar esta meditación. No deja de sonar. ¡Maldita sea! ¡Quién osa interrumpir este acercamiento al Nirvana! Me concentro, me concentro aún más. No quiero escuchar. Tal vez cese en su llamada repetitiva. ¿Será algo importante? ¡No! ¡No pienses! ¡Se trata de no pensar!

Un leve soplido sale de mis labios. Prácticamente imperceptible, con suerte, ni mi propio “yo” lo escuche. El sonido cesa. Uf. Por fin. Mi ascenso al nivel superior me espera. Respiro profundamente, inspiro, expiro, inspiro, expiro… ¡Ostras! ¡Creo que me he tragado algo! ¡No! ¡No pienses! Si algo entró en tu boca, engulle ya y sigue. No puedes pensar, no puedes sentir. ¡Estás meditando!

Durante un instante, nada se escucha, nada se percibe. Tu vocecita interior te susurra sigilosa al oído. “Ya está. Lo vas a conseguir. Vas a empezar a meditar” No es tan complicado… no lo es…Ya ni siquiera notas demasiado como el lápiz que tu hermano pequeño dejó caer y que nadie encontró, ha sido localizado. Se te clava de forma lenta y constante. ¿Por qué? ¿Por qué? Respiro profundamente, cambio de forma casi imperceptible mi postura y el lápiz queda a un lado. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Recogimiento interior, silencio absoluto…

-          ¡La ostia María! ¡La niña se ha “quedao” sopa “sentá” en la alfombra! ¡Esta niña es “mu” rara! ¡Verás cuando entre el “Tobía” con las manos “guarreá” de chocolate, el “jodío”, ¡la va a “pone perdía”!

Y es en este instante, en este hermoso segundo, cuando las dulces palabras de mi padre entran en mi meditativa mente, doy un bote tremendo y con cara de espanto miro a mi alrededor antes de que mi maravillosa blusa blanca en la que no debería estar pensando, quede toda pegajosa y hecha unos zorros, para descubrir a mi padre “partío” de risa.

Uf. De ahora en adelante, me dedicaré a dormir la siesta como todo el mundo, sin más, en una habitación con pestillo y una buena dosis de insecticida. ¡Y que mediten en la India!

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