lunes, 20 de julio de 2015

Un respiro de vida...


- ¡Chiquillo, levántate ya! ¡Que llegamos tarde!

El niño que no se levanta, jolín, ¡la ducha! ¡Olvidé cambiar la bombona! ¡Ah! ¡Llego tarde al trabajo! ¡Chiquillo, venga, mueve el culo!

Uf, uf, uf.

- ¡Hija!, ¡Qué mala cara traes hoy! ¡Se te ha olvidado pintarte un poquito!

(¿Pintarme un poquito? ¡Necesito una capa doble extra de pintura acrílica para tapar estas ojeras! ¡Y no se me olvidó! Es que no me dio tiempo entre preparar el bocata del niño y dejarle el dinero del autobús a la niña...)

Y así, un día, y otro día, y otro día...

Y contenta. Que estoy trabajando, y eso hoy en día, ES UN MILAGRO. 

Pero no puedo con mi alma.

Y entonces... se enciende la bombillita. Fin de semana. Echo 20 euros de gasolina a mi coche pequeñito, que los coches pequeñitos tienen su ventaja y mi Citroen C3 consume poquito y ¡ala!

¡Qué cerquita que está Matalascañas! Bocatas en ristre, sombrilla y nevera... haciendo equilibrios en la arena... Y aunque sea sábado, madrugas, pero no te importa. La brisa te refresca, pisas la arena fría y sientes que las pilas se te empiezan a recargar... te despojas de la ropa y te embadurnas de crema... a lo lejos escuchas al niño chichando no sé qué cosa de que te des prisa... Déjame tú a mí, que yo necesito mi tiempo...


Respiras hondo, te diriges a la orilla. El niño amenaza con salpicarte y tú le amenazas a él con dejarlo sin bocata, que es lo que más le duele. Y después, despacito, empiezas a sumergirte en la frescura de las aguas marinas... y todo comienza a diluirse... el reloj, las prisas, las compras, las comidas, la ropa, el estrés... solos el mar y tú... hasta que el niño te echa agua en la cara y te entra en el ojo, pero hasta eso se perdona.  

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